Las murder ballads, o baladas de asesinato, es un subgénero típicamente americano nacido en Europa en el que la canción narra un crimen, real o imaginario, y que fue extremadamente popular desde sus orígenes europeos hasta su evolución en América del Norte. La génesis de este tipo de canciones se puede remontar a la Era Medieval, concretamente en el norte de Europa (básicamente Inglaterra, Escocia y Escandinavia) y responde a una necesidad muy básica: Antiguamente, las canciones se utilizaban a modo de noticiario y un trovador o músico ambulante se basaba en hechos reales para informar y entretener al pueblo llano (vamos, algo así como una especie de crónica de sucesos de antaño). Este tipo de práctica ha sido muy común en todas las culturas y aún persistía en algunas partes del mundo en pleno Siglo XX, como por ejemplo en Cuba, donde el género de la Guajira servía para narrar hechos políticos a una población iletrada.
Está claro que más de un músico adornaría los hechos o incluso los tergiversaría, y que la fuente de información podría ser poco fiable, pero claro, estamos hablando de una método de tradición que fue oral durante varios siglos, por lo tanto, sujeta la creatividad de cada intérprete. No es hasta que aparece la imprenta cuando florece el negocio de las canciones impresas, algo que empieza a dar un registro más claro de este tipo de baladas. Generalmente este tipo de canciones presentaba un caso, tanto en tercera persona como en primera, en el que se narraba el origen generalmente por causas amorosas; el desarrollo o el asesinato en si (a veces con todo detalle) y un final que presentaba a menudo una doctrina o al menos el ajusticiamiento del asesino o asesina, ya fuera este a manos del verdugo o en otra vida.
Toda esta tradición cruzó hasta Estados Unidos por medio de los inmigrantes, adaptándose y transformándose para ser más adecuada a los tiempos que corrían. El caso que hoy nos ocupa es un claro ejemplo de ello. «Story of the Knoxville girl» (o simplemente «Knoxville girl») es una murder ballad en la que se nos narra en primera persona como un tal Willie mata a su novia supuestamente tras dejarla embarazada (aunque no se comenta sí que se deja entrever una relación sexual a escondidas con ese «cada domingo por la tarde me pasaba por su casa»). Deducimos que el pánico ante el deber de casarse («Nunca serás mi esposa») es lo que lo conduce al atroz crimen, pero quizá lo que más sorprende es la frialdad con la que ejecuta el acto o con la que da excusas a su madre al volver a casa ensagrentado. El mismo protagonista nos narra después como los remordimientos no le dejan dormir y también cómo al día siguiente la policía viene a buscarlo para llevarlo a prisión, en el clásico desenlace de este tipo de baladas.
Esta versión de la canción surge de la zona de los Apalaches, pero en su verdadero origen no deja de ser una adaptación de varias otras baladas: Básicamente la irlandesa «The Wexford girl», del S. XIX, que a su vez viene otra inglesa de la misma época: «The Oxford girl». Aunque de hecho el origen puede ser mucho más anterior, ya que existen varios detalles que conectan a las tres (y otras más) con una balada del S.XVII llamada «The cruel Miller» o también «The bloody Miller» (en esta web hay un extenso análisis sobre el origen de la canción). La primera versión en disco de «Knoxville girl» (O sea, la versión americana del tema) fue grabada en 1925 por Arthur Tanner, y seguramente sirvió de inspiración para la versión que hoy presento y que es sin duda mi favorita, la de los Blue Sky Boys. Este estupendo dúo estaba formado por dos hermanos, Bill (mandolina) y Earl Bolick (guitarra) oriundos de Hickory, Carolina del Norte, quienes fueron contratados por RCA por 1935 tras un inesperado éxito radiofónico. Lo maravilloso de sus temas no es sólo la gran calidad de su ejecución a los instrumentos, sino ante todo sus angelicales voces, capaces de convertir un sencillo tema en una obra maestra, que es justamente lo que sucede en este caso.
Este tema fue lo primero que escuché de ellos hace años y resultó todo un shock para mi. Hay muchas versiones del tema, casi todas buenas, pero no creo que ninguna supere esta, y eso se debe sobretodo a las voces de los Bolick. El increíble contraste creado entre la crueldad de lo que se narra y las dulces voces que lo narran es su gran atractivo, convirtiendo la canción en algo tan terrible como hermoso y en una de las mejores baladas de asesinato de la historia. Me resulta imposible no estremecerme con la frialdad con la que el asesino protagonista hace caso omiso de las súplicas de su amada («No dijo nada más, tan sólo la golpeé de nuevo/hasta que la tierra a mi alrededor con su sangre se cubrió») cantado por los hermanos casi como si de una canción de cuna se tratara.
En fin, creo que no vale la pena alargarse más. Os dejo con esta terrible maravilla. Vale la pena leer la letra que encontrarán aquí. Como siempre, digitalizado de mi colección. Espero lo difruten.